“Los empecé a hacer a los 91 años, ahora tengo 95. Porque uno de mis hijos estuvo viviendo en Canadá y un buen día se llegó con uno y me dijo: “Armá este rompecabezas y después vas a saber dónde estoy, es el mapa de Canadá”. Entonces de a poco lo armé. Así empecé. Renegando por supuesto, porque si fuera una cosa fácil no tendría gracia.
Y cuando lo terminé me trajo el del Vaticano. Cuando lo vi dije: “Qué voy a armar esto Dios querido, es una locura”. Y empecé. Despacito, despacito, pieza por pieza, también lo armé.
Después me regalaron el de la granja. Ese también fue complicado, como todos, pero después uno le va agarrando la maña. Fui separando las piezas de cada zona, entonces resulta más fácil, lo vas armando por partes.
Después mi nieta me dijo: “Abuelo, vos tenés que armar uno de 1500 piezas”, porque estos eran de 1000. Y me trajeron el de los caballos. Lo armé y después lo encuadramos para colgarlo, como los otros.
Me gusta mucho el caballo. Mi hijo cuando era chico me preguntó qué animal me gustaba, él esperaba que le dijera el perro o el gato, y yo le dije el caballo. Le llamó la atención. Entonces me consiguió el cuadro de los caballos, es hermoso.
Después me regalaron el del mercado, de 2000 piezas. Pensé que iba a ser fácil, pero fácil no es nada. Te cuesta mucho trabajo, mucha paciencia, mucha dedicación, pero al terminarlo tenés una satisfacción enorme. Tal es así que cuando yo terminaba de armar uno me aplaudía solo.
Después mi nieta me regaló el de París. Y también armé el del puente de Londres. Ya que no fui a conocerlo lo tengo ahí enfrente, mirándome.
Ahora me ofrecieron otro, pero tengo uno empezado que debo terminar de armar. Acá tiempo no nos falta. Sobra tiempo, pero tenés que estar solo y tranquilo, concentrado, que nadie te moleste.
Me lleva tres meses armar cada rompecabezas. Lo hago de a ratos, a veces de noche. Todo lleva su tiempo, no es fácil, pero todo lo que te da trabajo te da más satisfacción. Con tiempo y paciencia todo se hace.”
Deja una respuesta