Nació en 1944 en Sunchales. Su infancia transcurrió feliz en el campo cerca de Tacural, donde hizo la escuela primaria. Luego la familia se instaló en Sunchales y Ana terminó el secundario y tuvo sus primeros trabajos.

Conoció a Hugo, se casaron y tuvieron dos hijos. En 1977 la idea de su esposo de abrir un cine en la ciudad se concretó con la inauguración de Cinema 77 y la proyección de la película Tiburón.

Siempre fue una empresa familiar. Ana estuvo en la puerta del cine y ordenó a las personas dentro y fuera de la sala. También se encargó de vender golosinas, el clásico pochoclo y la gaseosa. Con el tiempo el cine ganó prestigio y se sostuvo en base al trabajo y al amor por el oficio.

En 1994 Hugo falleció en un accidente. Luego de una ausencia obligada Ana retornó al cine pero el mundo estaba cambiando: el videocassette y el «cine en casa» le quitaron protagonismo a Cinema 77 y fueron sellando su futuro.

A pesar de las intensas gestiones, el avance de la tecnología y la falta de apoyo económico provocaron su cierre definitivo en 2014. “Llegamos a un punto que tuvimos que claudicar, cerramos los ojos y dijimos basta. Todavía hoy nos resulta imposible pasar por esa calle. No pudimos lograr que siga el cine en Sunchales, eso nos dolió mucho”.

Luego de la muerte de su esposo, y a través de una amiga, Ana comenzó a colaborar con un grupo de mujeres de la parroquia que deseaban ayudar a niños en situación de vulnerabilidad.

El proyecto se llamó “La Casa del Niño” y con un compromiso a prueba de todo Ana se transformó en una protagonista de su crecimiento y desarrollo. Desde 2005 es presidenta de la institución, que en estos momentos ayuda a 48 niños y se encuentra construyendo su edificio propio. “Yo me puse la camiseta de la Casita, viví para levantarla y mantenerla. Pero ahora hay que darle lugar a gente más joven. Soy amante de la vida, me gusta hacer cosas, estar siempre en movimiento. Me gustaría vivir algunos añitos más, para ver qué más puedo hacer, Dios dirá”.