Un día de 1944 Angel Molinari, el dueño de la joyería y relojería «La Esmeralda», vio pasar a Omar frente a su negocio y le preguntó qué estaba estudiando. Después habló con su profesor de contabilidad para saber si era buen alumno y al otro día le ofreció trabajo.
La propuesta de Don Angel marcó el destino de Omar, quien a los 14 años empezó a trabajar como cadete y más adelante pudo poner en práctica su habilidad con las matemáticas. «Después pasé a ser vendedor, hacía los movimientos de caja y la atención al público. Aprendí a conocer la mercadería, no tenía ningún secreto, había que acordarse de los precios».
Más adelante, Omar junto a tres socios le compraron el negocio a Don Angel y se mudaron a un local propio, sobre la misma cuadra de Avenida Independencia. «Además de joyas y relojes, teníamos la venta exclusiva de electrodomésticos Philips».
En 1986 abrieron una mueblería en la esquina donde antes había funcionado el Hotel Toscano. Tuvo éxito hasta que un día decidieron venderla.
La historia, la permanencia y la calidad humana de su gente, convirtieron a «La Esmeralda» en un comercio tradicional y emblemático de la ciudad. En 2018, sin la presencia de dos de los socios y luego de 74 años de trabajo, Omar abandonó el negocio. «Significó toda mi vida. Cuando lo dejé lo acepté bastante bien. Estoy tranquilo porque hice todo lo que pude, hasta donde pude».
Omar nació en 1930 en Sunchales. En 1958 se casó con Ana, tuvieron dos hijos y luego la familia se agrandó con seis nietos y un bisnieto. Ana fue maestra de primaria durante 33 años y compañera constante de Omar hasta el día de hoy. «Él sabe que en casa estoy yo para acompañarlo y recibirlo», dice ella. Omar la mira y responde: «Tengo la mejor persona del mundo». Un abrazo y un beso sellan el instante, que sintetiza el amor compartido durante 62 años. «Solo le pido a Dios un poco de salud mientras me toque vivir en este mundo, lo demás ya está todo hecho», concluye Omar ante la emocionada mirada de Ana.
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