Ella nació en Las Tunas en 1936 y después se mudó con su familia a Sunchales, al lado de la casa donde vivía Rogelio. Se pusieron de novios cuando ella tenía 14 años y él 22. En 1955 se casaron y tuvieron cuatro hijos: Adalberto, Rubén, Gustavo y Sandra.
Ambos trabajaron en SanCor fábrica: Celia en mantequería y caramelería hasta que se casó, y Rogelio en el taller, donde hizo sus primeros pasos en el oficio de chapista. «Reparaba los camiones que iban a retirar la leche para después hacer la manteca».
Al mismo tiempo Rogelio puso su propio taller de chapa y al frente abrió un negocio de venta de repuestos para autos. «Cuando salía de SanCor iba a trabajar al taller hasta las 10 u 11 de la noche».
Con el tiempo sus hijos le ayudaron y se hicieron cargo del negocio de repuestos, que cambió de ubicaciones hasta que «La casa del automóvil» finalmente se instaló donde se encuentra hoy en día.
Después de dejar su empleo en SanCor, Rogelio se ocupó exclusivamente del negocio y el taller. «Tuvimos un poco de miedo al principio, pero siempre hubo trabajo, la luchamos como todos», recuerda Celia, quien colaboró con la contabilidad del negocio y con una constante y fiel compañía: «Durante 20 años fui a cebarles mates todos los días y también les hacía café. Esa era mi ayuda.»
Rogelio dedicó más de 50 años de su vida al taller. Hoy sus hijos y un nieto continúan con la actividad comercial iniciada por él en su juventud. «Cuando pude ayudé a mis hijos. Estoy feliz y muy conforme de llegar a esta altura de mi vida con muchas satisfacciones. Al verlos bien con sus familias me siento muy agradecido. Eso no se consigue así nomás, no se compra».
Celia también expresa su gratitud y felicidad: «Siempre luchamos los dos y estoy agradecida por todo lo que me dio y me sigue dando la vida. Tengo mi compañero, estamos los dos bien y nos llevamos bien. Por ahí hay algún chispazo pero pasa enseguida»… «Si, pero todavía tenemos aire para apagarlo», remata Rogelio entre risas.
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