Nació en Sunchales en 1952. “Mi infancia fue muy tranquila y feliz, con muchas amigas y juego en la calle. Me puse de novia muy joven, me casé con Osvaldo y tuvimos dos hijos. Siempre me dediqué a la casa y con mi esposo decíamos que cuando los chicos fuesen grandes y no me necesiten tanto, pondríamos un negocio».
«Nos mudamos a una casa del barrio centro con la idea de abrir ahí el comercio. Después de pensar mucho nos decidimos por un lavadero, en Sunchales hacía falta uno más en esa época”. Así surge en octubre de 1992 La Batea, el primer y único lavadero de la ciudad con el sistema Lave-Rap. “Empezamos en el garage, ahí estuvimos 13 años. Después compramos la tintorería de Ferrero y nos mudamos al frente de la casa, donde había más espacio y una mejor ubicación para el negocio».
Además de Teresa, empleada casi desde el inicio y que hoy todavía sigue trabajando, toda la familia se involucró con el negocio. «Mis hijos siempre me ayudaron. En ese tiempo hacíamos delivery de ropa, era toda una novedad. Después la gente se acostumbró a venir acá, a traer y buscar las prendas. Osvaldo me ayudó muchísimo, sin él no podría haber empezado con el lavadero».
A través del tiempo y gracias a la calidad del servicio, Graciela cosechó buenos y fieles clientes y amigos, que sostuvieron el funcionamiento y posibilitaron el crecimiento del comercio. «Siempre se trabajó muy bien. El negocio me dio muy buenas satisfacciones. Trabajamos mucho tiempo con clubes y empresas. Si hacés las cosas bien la gente vuelve, es así».
Hoy Graciela agradece todo lo bueno que ha recibido a través La Batea y fija sus deseos a futuro. «Son 28 años de sacrificio, trabajé mucho, pero siempre lo hice con gusto. Ahora quisiera descansar, estar más tranquila y dedicarme a mis nietos. No me gusta planificar por anticipado, prefiero vivir el día a día. Cuando llegue el momento tomaré una decisión con respecto al negocio. Pude hacer todo lo que quise gracias al lavadero, por eso lo quiero tanto».
Deja una respuesta