Nació en 1939 en Sunchales. En la Escuela de Artes y Oficios eligió cursar carpintería y aprendió a usar el torno: herramienta con la que tendría una intensa relación en su vida.
En 1956 falleció su padre, Livio tenía 16 años. Ese mismo año entró a trabajar en el sector de transporte de SanCor C.U.L. y se transformó en el sostén económico de su madre y dos hermanas mellizas.
Además de pulir y dibujar bochas de madera en el torno, su pasión por los autos también trajo dinero a la casa: compraba autos usados, los reparaba y después los vendía. «Tuve más de 50 autos. Arreglaba lo que podía, lo que no sabía hacer se lo consultaba a los del taller de SanCor», comenta.
Al mismo tiempo hizo trabajos de carpintería doméstica y en el año 2000, después de 44 años, se retiró de SanCor y se dedicó de lleno a este oficio. “Tuve mucho trabajo y una clientela bárbara”, cuenta con satisfacción.
«Un día de lluvia encontré dos ruedas de madera y surgió la idea de hacer algo», relata y explica el origen de un proyecto iniciado hace 5 años: fabricar réplicas de madera y metal de sulkys, chatas, volantas y carruajes antiguos. La primera la hizo de memoria, recordando el sulky que tenía su padre.
La creatividad y la atención por el detalle se ven en cada una de las 25 piezas que ha fabricado. Participó de varias muestras, donde pudo dar a conocer el resultado de su dedicación y talento: «Empecé a hacerlo porque me gustaba, sin pensar en venderlas, alguien las vio y me propusieron exponer», cuenta.
Su deseo es darles un mejor destino a sus obras, que le interesen a alguien y que puedan salir de su taller: «A la gente del campo les llama la atención, les gustan y reconocen el valor que tiene el trabajo», manifiesta.
Mientras el tiempo avanza y da forma a lo que vendrá, Livio sigue relacionado a diario con su oficio y su clientela: «Tengo para entretenerme, me hace bien», asegura desde su taller, entre herramientas, máquinas, sus creaciones y preciados recuerdos.
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